diumenge, 6 de setembre del 2015

Siete por siete… Siete por siete…






Era la canción donde el párvulo repetía y repetía la tabla del siete hasta que el sonsonete acababa ayudándolo a terminar. Era mi canción preferida, la de mi madre: “torito, torito bravo…”

La radio era el  único medio de difusión y el parte de las dos y media  el único medio para traumatizar al pueblo.
 
Eran los finales años cuarenta y aún se vivía una época de precariedad que se afrontaba con dignidad y mucho sacrificio, en una casa obrera.

No me faltó el colegio de monjas, ni los primeros estudios con los hermanos de la Salle, hasta  que lo inevitable, me llevó a una familia donde la cultura era básica y primordial.

La cultura, ese don preciso y precioso,  donde el pensamiento  es la base para afrontar con razonamientos  las situaciones que te va presentando la vida, situaciones que nunca son traumáticas y por tanto son lo que son.

Pocos días antes del conflicto bélico de Siria, estaba visitando el país, mi única pasión: conocer otros pueblos y otras culturas.

Para eso cambio el turismo de masas, por el paseo al amanecer, mezclado entre el pueblo, y cuando puedo, no es el caso, hablando con ellos.
 
Los centros sociales que vi en Damasco, fueron un cuartel y éste desde la habitación; una iglesia francesa y una par de mezquitas, pero lo que mayor atracción me produjo, fue un instituto que en mis paseos matutinos y literalmente al amanecer, veía llagar  a cientos  de chavales de todas las edades.

En la fortaleza de Alepo, en la explanada donde se contemplan la ciudad, también me mezclé con un grupo universitario que con bromas y gesticulaciones, me enteré de las carreras universitarias que estudiaban.

La cultura es el germen de una sociedad próspera y el “arma” más eficaz para salir de las situaciones que se  nos presentan y sobrevolar los populismos qué con sus cantos de sirena, nos quieren llevar por el camino más fácil.


Y el pueblo sirio, saldrá adelante.